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18/10/2010 � Graffitis, stencils (plantillas), stickers (adhesivos), posters, murales, mosaicos, y cualquier otro formato susceptible a ser exhibido en la calle son las armas de Banksy, un artista callejero enigmático, uno de los más famosos del mundo, el más cotizado, criticado, admirado, perseguido y comentado. También el más misterioso, escurridizo y silencioso, que primero convirtió las calles de su ciudad natal, Bristol (UK), en galerías de arte, luego hackeo el MoMa (Museum of Modern Art) y el MET (Metropolitan Museum of Art New York) donde expuso de forma clandestina un cuadro con una lata de sopa barata como forma de parodia de la icónica lata Campbell de Warhol, en el 2006 realizó una exposición clandestina en la que vistió a un maniquí de preso de Guantánamo y lo colocó en uno de los decorados de uno de los parques temáticos Disneyland, para poner de relieve la difícil situación de los sospechosos de terrorismo en el controvertido centro de detención el cual vulneraba los derechos humanos y también viajó hasta Gaza para llenar el muro de la vergüenza de obras cargadas de sentimientos de libertad y radiante emancipación positiva. |
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Banksy hoy por hoy sigue siendo uno de los hombres más buscados, tanto por la policía inglesa, como por el mundo del arte, ya que su condición de artista callejero le hace tener que vivir su obra desde la clandestinidad ya que aunque para muchos es arte en estado puro, para las autoridades son actos de vandalismo incívico. El propio artista se autodefine como “terrorista del arte”, aunque en realidad resulta ser un diestro trasmisor de la cultura urbana, adepto a hachear el mundo del arte para liberarlo de la mercantilización que lo ha convertido en un concepto elitista y exclusivo, para devolverle su esencia popular y su relación con el espacio tiempo contemporáneo.
Lo cierto es que resulta paradójico pensar que no lo hayan pillado después de todas las intervenciones que ha realizado, pero es que este artista no solo demuestra creatividad en sus obras sino que además es un derroche de ingenio a la hora de prepararse el terreno; a modo de ejemplo, una vez vistió a sus amigos con la misma ropa que llevan los empleados municipales y mientras ellos pintaban de blanco el muro de un túnel, como si fuera una tarea del Ayuntamiento, el iba insertando sus stencils negros en la superficie blanqueada, según sus propias palabra: “llamé a unos colegas, se disfrazaron como pintores con ropa de trabajo, compramos unas cervezas y montamos una galería de arte en un túnel”.
En su país ya se han acostumbrado a sus osadas acciones, aunque algunos críticos de arte lo desprestigien mostrándolo como un vándalo, como es el caso de Peter Gibson, uno de los promotores de la campaña “Keep Britain Tidy” (Mantén Limpia Gran Bretaña) el cual ha calificado el street art como una epidemia contra la que se debe actuar con firmeza aplicando penas de cárcel.
En 2004 el colectivo Space Hijackers repartió octavillas frente a una exposición de Banksy para resaltar el irónico uso que el artista hace del imaginario anticapitalista y de protesta, mientras trabaja para grandes empresas y galerías de arte; en el 2008-2009 alguien pujó en eBay hasta 270.000 euros por un mural que Banksy había pintado en una pared de una casa en Londres, un osado usuario de la mencionada Web pagó más de 300.000 euros por el mural en el que unos monos con un cartel al cuello se reían de los tontos seres humanos, eso sí, el precio no incluía ni la extracción de la pintura del muro ni la reposición de la pared del dueño de la casa en cuestión.
El largo anecdotario de este artista y sus colaboraciones con algunas marcas han hecho que su trabajo y su misteriosa persona generen tantos guiños como criticas. Pero la realidad es que Banksy es un artista más de una vertiente que cada día gana más adeptos, pues el arte se encuentra inmerso dentro de un circulo vicioso donde solo un pequeño grupo lo crea, otro más pequeño lo expone y otro todavía más reducido lo compra, en la mayoría de los casos únicamente como inversión de capital; el resto, millones de personas, únicamente se pueden contentar en mirar y callar. Por ello el street art sale a la calle, para convertir grises pasadizos en obras coloridas, con expresión y mensaje, en una comunicación directa con el observador el cual también puede expresarse si su creatividad le empuja ha hacerlo. Es una forma de denunciar el exclusivo privilegio de una elite que huele a rancio, a la vez que genera la alternativa de convertir nuestras calles en galerías de arte donde la expresión artística sea un derecho y no un delito.
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